sábado, 14 de mayo de 2011

VIRIATO , EL PASTOR QUE UNIO HISPANIA

Cuando España aún no era España -ni Portugal, Portugal-, Viriato ya era Viriato. Siglo y medio antes del nacimiento de Cristo, mientras romanos y cartagineses remataban su pugna por el dominio del Mediterráneo, incluyendo a Hispania de forma muy especial, Viriato llegó a dominar militarmente casi toda la Península, desde el valle del Guadalquivir al valle del Ebro. En aquel mosaico de tribus en retirada y entre los dos grandes imperios de la época, el genio militar del último gran jefe de la tribu de los lusitanos consiguió un poder indígena como seguramente no existió antes y no volvió a existir después. Viriato, como Indíbil y Mandonio, es un símbolo de la Iberia que los cronistas romanos retratan en su crepúsculo, mientras la civilización grecolatina, a sangre y fuego, entraba lentamente en la Península.

Viriato, el terrorista luso. Mito, leyenda, héroe y azote de la República durante siete años, Viriato es uno de los más renombrados “Archienemigos de Roma” de todos los tiempos. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, así como el lugar. Mientras Portugal quiere atribuirse su origen luso argumentando que procedía del Mons Herminius (Serra da Estrela) mientras otras teorías le hacen sayagués, exactamente de Torrefrades. La hipótesis más extendida es la que ubica su nacimiento cerca de la vaccea Ocalam(Zamora), más concretamente en Ocelum Duri, una futura mansio de la que sería años después Vía de la Plata a pocos kilómetros del asentamiento indígena que ocupaba la actual Zamora. La primera fuente clásica que da alguna referencia sobre su persona es Diodoro Sículo, catalogándolo como guerrero lusitano. Tito Livio comentó de él que era un pastor soldado y Apiano, quizá el más afable de todos, elogió los siete años de campaña en los que no tuvo que intervenir por casos de indisciplina, ofreciendo una imagen de Viriato como a un hombre de palabra, un caudillo indígena valeroso y justo.
La Lusitania (que comprendía el actual sur de Portugal y buena parte de Extremadura y sur de Castilla-León) era una región levantisca. En el año 150 a.C. estaba siendo apaciguada por el pretor de la Hispania Ulterior, Servio Sulpicio Galva. Este aristócrata codicioso recibió una embajada lusitana deseosa de establecer una tregua duradera que sirviese para confirmar las reivindicaciones indígenas frente al gobierno provincial. Los lusitanos habían comprobado la carencia de escrúpulos del talGalva y preferían una paz pactada a una guerra de destrucción orquestada a conciencia por aquel cruel romano. Galva convocó a las tribus lusitanas a una reunión en las que les ofrecía tierras a cambio de paz. Los lusitanos acudieron a la llamada del pretor ignorando que se dirigían a una trampa. Cuando tuvo reunidas en tres campamentos cerca de 30.000 personas – entre hombres, mujeres y niños – les solicitó a los guerreros que entregasen sus armas como señal de amistad. Fue entonces cuando se desencadenó una matanza sin parangón en la Hispania antigua. 9.000 personas murieron allí mismo acuchilladas por las legiones de Galva y otras 20.000 fueron vendidas como esclavas en la Galia. Sólo unos pocos afortunados pudieron escapar de aquel infierno, entre ellos el joven Viriato. Su profundo odio a los enviados de Roma germinó y cuajó en su alma tras contemplar aquella triste jornada.
A este ignominioso hecho, por el que se procesó al pretor Galva a su vuelta a Roma y del que salió absuelto sólo gracias a los sobornos y su buena oratoria, se sucedieron tres años de guerra irregular entre los rebeldes lusitanos y las legiones consulares. En el 147 a.C., durante un lance e estas operaciones, un contingente lusitano quedó atrapado por las legiones de Cayo Vetilio. Fue en aquel momento cuando Viriato tomó las riendas de la resistencia lusitana. Parece ser que, reunido el Consejo ante la gravedad de la situación, prometió a las tribus sacarlas del cerco romano si le aceptaban como caudillo; éstas aceptaron su órdago y Viriato consiguió su propósito rompiendo el cerco romano al atacar por varios puntos de forma simultánea a las legiones de Vetilio. El líder lusitano, buen conocedor de la complicada orografía hispana, entendió que no era posible derrotar a las legiones en campo abierto estableciendo una batalla frontal al uso y costumbre de la época. El terreno y la precariedad de equipamiento de sus hombres le condujeron a llevar a cabo con maestría su propio estilo de guerra: la guerra de guerrillas. El sistema funcionó. El propio Vetilio cayó abatido en una de sus escaramuzas cuando, entre el fragor de la algarada, fue confundido con un legionario raso.
Durante los años siguientes hombres de la talla de Plaucio, Unimano y Nigidio fueron derrotados por la coalición lusitana, atacando a pequeños grupos por sorpresa y retirándose antes de que las tropas romanas pudiesen reaccionar. Sus tácticas de acoso y fuga sirvieron de enseñanza años después a militares de la talla de Quinto Sertorio. De sus innatas cualidades como estratega da buena fe el historiador Apiano:
Dispuso a sus tropas en línea de batalla como si pretendiera combatir, pero les dio órdenes de dispersarse tan pronto como montara a su caballo, alejándose de la ciudad de Tribola por distintas rutas, y le esperaran allí. (…) eligió a mil hombres de su confianza y combatió todo el día a los romanos, atacando y retrocediendo gracias a sus rápidos caballos. Tan pronto como conjeturó que su ejército se hallaba a suficiente distancia y a salvo, huyó, salvando así a sus hombres de una situación desesperada
Guerras Extranjeras “Guerras en Hispania”
Sólo Quinto Fabio Máximo Emiliano consiguió que Viriato se retirase hacia los montes y pudo recuperar temporalmente el control de algunas ciudades rebeldes. Pero lo que Emiliano consiguió con la fuerza de las armas, Viriato lo neutralizó con sus alianzas tácticas. Sus emisarios recorrieron media Hispania incitando a la rebelión contra Roma, una llama que prendió sin esfuerzo en muchas tribus celtíberas que también padecían la codicia desmedida de los gobernantes romanos.
La situación de inestabilidad permanente comenzó a molestar al Senado. Para solucionar definitivamente el problema lusitano decidieron enviar a Hispania a Q. Fabio Máximo Serviliano con más tropas e incluso elefantes. La superioridad numérica y táctica romana no amilanó al caudillo lusitano. En un claro desafío a Serviliano, Viriato llegó a atraparle entre sus hombres y varias tribus celtíberas que cambiaron de bando en el momento apropiado. Serviliano, acorralado entre dos importantes fuerzas indígenas – y viendo peligrar su propia vida y la de sus hombres – accedió al acuerdo de paz que le propuso Viriato. Tras liberar a Serviliano, el Senado ratificó el armisticio, le reconoció como Dux Lusitanorum, permitió que mantuviesen sus armas y privilegios y le otorgó el título de “Amigo de Roma”. Esto ocurrió en el 140 a.C.
Poco tiempo duró este precario equilibrio. Roma había sido ofendida y humillada por la victoria lusitana. Además, el éxito de la coalición de tribus comandada por Viriato podía alentar nuevos intentos de sedición entre los belicosos clanes celtíberos. Por ello, al año siguiente el pretor de la Ulterior urdió un plan avieso con el que zanjar el asunto. Una embajada fue convocada en territorio romano con un pretexto vano; El motivo real de aquella reunión era ofrecerles a Audax, Ditalco y Minuro, los tres embajadores y lugartenientes del caudillo lusitano, una suculenta recompensa a cambio de la cabeza de su jefe. Los tres conjurados aceptaron la generosa propuesta y, a su vuelta, asesinaron a Viriato mientras dormía. Días después volvieron aCorduba, lugar donde estaba el Pretorio de Quinto Servilio Cepio – sucesor y hermano de Serviliano -, para reclamar el pago de su recompensa. Cepio no lo dudó ni un instante. Ordenó la ejecución inmediata de los tres embajadores, espetándoles a la cara la frase inmortal “Roma no paga a traidores

Dice la leyenda que las cenizas de Viriato acabaron junto a las de su mujer y fueron esparcidas en el paraje de la Ciudad Encantada de Cuenca. El sucesor del caudillo traicionado fue un tal Tautalo. Éste nuevo líder no tenía las cualidades militares y anímicas de su antecesor pero, en cambio, era un buen diplomático. De hecho, fue él quien pactó una paz definitiva con el cónsul Marco Popilo en la que Roma, después de tantas hostilidades, le concedía a las tribus lusitanas las tierras de la discordia.
En la serie los nombres se han adecuado a la epoca actual, para que no nos sonasen tan raros los nombres

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